Ignaz Semmelweiz: El héroe de las madres

Sugirió a otros doctores lavarse las manos para no pasar partículas del cadaver a la mamá. Nadie le quería creer.

Ignaz Semmelweiz: El héroe de las madres

Ignaz Semmelweis era un doctor Húngaro en el siglo XIX. En 1846 le asignaron el puesto de asistente en la clínica de Obsteticia en el Hospital General de Viena, donde examinaba pacientes cada mañana, supervisaba los partos complicados, enseñaba a estudiantes de obstreticia y hacía los registros. El hospital tenía dos clínicas, la clínica uno y la clínica dos.

Al poco tiempo de trabajar en el hospital, Ignaz empezó a notar que en la primera de las clínicas las mujeres morían en el parto más que en la otra. El problema era tan grave y tan conocido que las mujeres preferían parir en la calle antes que llegar a la clínica de mala reputación. Tanto las madres como los hijos sufrían de fiebre puerperal y el desenlace en la mayoría de los casos era fatal.

El problema le mantuvo intrigado por años: las dos clínicas usaban las mismas técnicas, tenían el mismo clima y no habían prácticamente diferencias en las pacientes. La gran diferencia estaba en quiénes trabajaban en las clínicas: mientras que en la primera clínica los partos los atendían los estudiantes de medicina, en la segunda atendían parteras tradicionales.

A pesar de conocer esto, la causa de la diferencia en la mortalidad entre las clínicas permaneció siendo un misterio para Semmelweis hasta que en 1847 su amigo Jakob Kolletschka murió. Kolletschka se cortó un día con el escalpelo de un estudiante por accidente mientras realizaba una examinación post mortem. A Ignaz le sorprendió mucho ver que la autopsia de su amigo mostraba una patología similar a la de las mujeres que morían por fiebre puerperal.

Ignaz Semmelweis tuvo una idea: tal vez las mujeres morían en parto debido a “partículas cadavéricas” que los doctores cargaban en sus manos. Notó que no era inusual en la primera clínica que los doctores salieran de los cuartos de autopsias directamente a las salas de parto, cosa que las parteras no hacían, pues ellas no tenían contacto con los cadáveres.

Faltaban entonces algunos años para que la teoría de los gérmenes fuera aceptada por la comunidad científica de la época, pero la solución de Semmelweis se habría adaptado muy bien aún en nuestra época. Solicitó a los médicos que se lavaran las manos usando una solución de cal clorada cuando salieran de las autopcias para examinar pacientes.

A pesar de que esta solución redujo la mortalidad de la primera clínica en un 90%, la propuesta no fue bien recibida por la comunidad médica de la época. En el mejor de los casos, los médicos lo ignoraban. En el peor, lo rechazaban abiertamente e incluso lo ridiculizaban. Fue tan controversial que Semmelweis perdió su trabajo en Vienna y fue acosado por la comunidad médica de la región hasta que decidió mudarse a Budapest.

Ignaz, indignado por la indiferencia de los médicos de la época, escribía cartas furibundas donde acusaba a los obstetras europeos y los acusaba de ser asesinos irresponsables. Esto no cambió en nada las costumbre y prácticas de la época. Al contrario, muchos médicos se decían ofendidos por la idea de que debían lavarse las manos, ya que su estatus social de caballero era inconsistente con la idea de que sus manos pudieran estar sucias.

No fue sino hasta muchos años después que Louis Pasteur y Joseph Lister, entre otros, desarrollaron la teoría de los gérmenes y esta fue aceptada por la comunidad científica. Pero ya era muy tarde: para ese entonces Ignaz Semmelweis fue mandado al asilo de lunáticos Landesirrenanstalt Döbling, donde murió de un shock séptico, posiblemente resultado de ser golpeado fuertemente por los guardias.

Listen to science

Si, una de las moralejas de esta historia es que nos lavemos las manos. Si eres médico espero que esto lo sepas ya muy bien. Pero esta es una de las historias en las que la experimentación jugó un papel importante para llegar a una solución que literalmente ha salvado millones de vidas.

Los médicos Vieneses del siglo XIX no eran tipos ignorantes, literalmente eran personas muy inteligentes que salvaban otras vidas a diario. Pero incluso las personas más inteligentes entre las más inteligentes sufren de sesgos cognitivos.

Incluso las personas más inteligentes sufren de perseverancia en las creencias, un sesgo que hace que mantengamos nuestro sistema de creencias a pesar de que haya fuerte evidencia de lo contrario. Es el sesgo que hay detrás de que muchas personas se nieguen a creer en el cambio climático o en la eficacia de las vacunas, a pesar de la gran evidencia de lo respalda.

Si bien una gran parte del trabajo y conclusiones en economía no se pueden hacer por medio de experimentos, es importante entender bien cómo funcionan, cuál es la idea detrás de ellos y que podemos entender a partir de sus resultados. De esta manera podemos comenzar a tener un poco más de confianza en nosotros mismos cuando sacamos nuestras conclusiones a partir de fuentes de información fidedignas.



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