En finanzas, todos la regamos por igual

La persistencia de los sesgos cognitivos en las decisiones financieras

Spiderman en una mesa de apuestas.
La idea era poner a alguien pobre con sesgos cognitivos. Por Midjourney.

Hay una idea persistente pero sin pruebas de que las personas en situación de pobreza lo son porque suelen tomar malas decisiones financieras de manera consistente. De acuerdo a esta visión, si tan solo tomaran decisiones más inteligentes, podrían salir de la pobreza.

Pero la pobreza es un fenómeno complejo. No es fácil reducirlo únicamente a levantarse temprano, ahorrar e invertir. Pero, ¿qué sucede si medimos la propensión de personas ricas y pobres a cometer errores en sus finanzas?

Los sesgos cognitivos no explican la movilidad económica

Eso hicieron justamente en un estudio un grupo de investigadores. Evaluaron a casi 5 mil participantes en 27 países usando pruebas de sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos son errores sistemáticos que se desvían de las normas o del juicio racional.

Un ejemplo de un sesgo cognitivo es el sesgo del presente. El sesgo del presente es la tendencia de las personas de darle más importancia a las recompensas inmediatas que al largo plazo. Esto puede ser particularmente importante en el manejo de las finanzas personales: se necesita ser capaz de pensar en el largo plazo para tener un plan financiero sólido.

En el estudio, los investigadores no encontraron ninguna diferencia en los errores que cometían las personas de mayores y menores ingresos. Tampoco encontraron diferencias significativas entre países. Todos cometemos el mismo tipo de errores.

El valor de este estudio es que se hizo con una muestra grande y considerando a múltiples países. Es decir, no es algo que sólo pase en algunos países o culturas.

Otras perspectivas

Hay otro estudio en Turquía que encuentra justamente que las personas de menores ingresos presentan más el sesgo del presente que las personas de mayores ingresos. El problema es que se trata de una encuesta realizada a sólo 65 personas y no se tomaron medidas para reducir sesgo de selección o para dar las condiciones de un experimento aleatorizado. Hay que tener cuidado con la interpretación de este estudio y con todos los que se enfocan en la pobreza y sesgos cognitivos, dicho sea de paso.

Pobreza, más allá de los clichés

Si hay una lección en todo esto es que las políticas para combatir la pobreza deben de ir más allá de los clichés que se asumen de las personas en pobreza. El Banco mundial estima que cerca de 648 millones de personas (el 8% de la población mundial) vive con $2.15 dólares al día, lo que los clasifica abajo de la línea de pobreza extrema. No es fácil vivir o crecer en esas condiciones.

Lo interesante es que las personas con ese nivel de pobreza no son tan diferentes del resto de nosotros. Tenemos los mismos deseos, las mismas debilidades. Los pobres no son menos racionales que el resto, al contrario: precisamente su condición de pobreza hace que tomen sus decisiones con mucho cuidado, con un nivel de sofisticación de economistas avanzados.

Por supuesto, hay algunos detalles importantes que no son fáciles de entender cuando los vemos desde fuera. Esther Duflo y Abihit Banerjee describen en su libro una entrevista a una familia en Marruecos sin dinero y sin nada que comer, pero con televisión y antena parabólica en su casa. Cuando le preguntaron por qué habían comprado esos recursos de entretenimiento antes que la comida, respondieron entre risas “Pero si la televisión es más importante que la comida”.

Esto no le podría parecer racional a alguien que no ha vivido la pobreza, pero la vida en esa villa en Marruecos es muy aburrida. Desde nuestro privilegio podríamos pensar que el entretenimiento es un lujo, pero se trata de una necesidad que esta familia satisface de una manera extremadamente barata.

Diseñando políticas desde la empatía

Me parece relevante este tipo de investigaciones, que revelan que las personas en pobreza no son una especie diferente que debe ser tratada con paternalismos. Cuando admitimos que los sesgos en los que caen son los mismos que en los que caemos tú y yo es un primer paso para crear políticas públicas apropiadas.

Un ejemplo de esto es el agua: llevar drenaje a las casas puede ser caro, pero por una fracción del costo, las familias podrían potabilizar su agua con cloro. Una botella de cloro en Zambia cuesta cerca de 800 kwachas (%0.18 USD PPP) y dura hasta un mes, con la capacidad de reducir la diarrea en los niños hasta en un 48%. Pero aún así, sólo el 10 por ciento de la población la usa para tratar su agua. Incluso cuando en algunos programas se les ofrece cloro a precios de descuento, muy pocas personas lo aprovechan.

Esto puede parecer una paradoja, dado que las personas más pobres suelen dedicar una gran parte de sus ingresos a la salud. En la mayoría de los países, más de una cuarta parte de los hogares han hecho una visita al profesional de la salud en el mes pasado. ¿Qué está pasando?

Parte del problema se debe a un sesgo que todos nosotros tenemos: el efecto de los costos hundidos. Como los precios para el cloro son tan bajos, las personas no suelen tomarlo en consideración como una solución que vale la pena considerar.

Como moraleja entonces, si queremos pensar en cómo diseñar políticas para la pobreza, debemos dejar de pensar en las personas que lo sufren como si fueran ajenas a nuestra experiencia y en cambio pensar como si fuéramos nosotros mismos quienes estamos en su situación. Tal vez así podamos hacer políticas más efectivas para solucionar el problema.


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